De Johan Jönson (Suecia)
Charla del poeta sueco Johan Jönson del 15 de noviembre de 2023 como parte de UNDER TEXTER / TEJIENDO CON-TEXTOS, una serie de conversaciones entre artistas organizada por petzetera en colaboración con NOX Escuela de Escritura Creativa con el apoyo de Swedish Arts Council.
Nos subimos a unos todoterrenos –estábamos en Islandia, en la capital Reikiavik– y manejamos durante más o menos una hora. Éramos turistas. Un pequeño volcán había tenido una erupción y ahora existía la posibilidad de tomar este tour turístico –caro como la chingada: el turismo es el mayor ingreso de Islandia– para poder ver y vivir, a cierta distancia, la lava recién solidificada, aunque no del todo fría; y, a cierta distancia, el magma que todavía, pero menos intensamente que al inicio de la erupción, brotaba del interior del volcán; del interior de la tierra.
El todoterreno se paró al lado de la carretera, en medio de un paisaje árido y rocoso con matas de hierba azotadas por el viento; en dunas, por aquí y por allá, arbustos bajitos, uno que otro árbol. Empezamos a caminar hacia la atracción geológica. No había caminos ni senderos, caminamos a través del paisaje, el paisaje post-volcánico islandés. Hicimos tres o cuatro horas. Físicamente fue arduo, fijarse dónde poner el pie en cada paso para no perder el equilibrio y caerse. Pronto me empapé de sudor. Lloviznó a ratos, hubo fuertes ráfagas de viento, a ratos hubo destellos de sol, algunas nevadas pasajeras, luego otra vez lluvia. Así, alternativamente. Como dicen en esta isla en el Atlántico Norte: “Aquí en Islandia no tenemos clima, tenemos ejemplos de clima.” A nosotros, los turistas, nos habían dicho, o más bien obligado, a llevar puestos unas buenas botas de senderismo con suelas de hule gruesas y resistentes. La lava recién solidificada, sobre la que pisaríamos al acercarnos al volcán, era muy filosa, casi como vidrio roto amorfo, muy asimétrico, con pliegues incomprensiblemente sublimes –como suele ser el caso de la geología y la naturaleza–; unos tenis cualesquiera terminarían cortados en tiras.
Caminar ahí en el paisaje extenso, andar, avanzar, con el cuerpo de uno, el cuerpo sudado, en el clima tangible… Es difícil no vivir una especie de terror cósmico –tal vez no sea terror en el sentido que Mijaíl Bajtín le daba a la palabra al referirse a la apariencia deseada de una ideología dominante ante sus súbditos–, sino más bien algo así como una ontología materialista básica: así de pequeño e insignificante es la figuración particular de uno mismo al encontrarse sobre la superficie planetaria autoformada del sistema terrestre. Paradójicamente, a la vez un asombro embriagador, una especie de felicidad. Abrir la boca para hablar, formular algo, intentar brindarle un orden simbólico a las condiciones que le rodean a uno, no tendría importancia en absoluto: al mismo tiempo, es impotencia y una forma de liberación. Las frases no serían escuchadas por nadie, además, este nadie estaría igual de desamparado y solo como uno mismo, y las frases, al pasar por entre los labios, serían llevadas por el viento, la lluvia, los remolinos. El lenguaje aquí, en medio de esto, ni siquiera sería como polvo, más bien un fragmento onírico breve y esférico como la hipnosis… ¿para quién? Aquella forma sudada y jadeante de casi-nada, que, aquí, en medio de esto, coincidía “conmigo”; este estado animal que es atravesado incesantemente por el lenguaje y las lógicas lingüísticas; montajes simbólicos sin ningún punto verdaderamente fijo, sin apoyo; prácticas corpóreas alucinógenas.
Entonces. Llegamos al mirador con vistas al volcán, a la erupción. A una distancia debida por seguridad. La lava sobre la que estábamos parados todavía estaba tibia, olía a azufre –un olor familiar– y otros olores que yo desconocía y cuyo nombre en la tabla periódica ignoro. Junto al volcán, de algún modo cotidiano y, hacía unos momentos, anónimo salía humo como si fuera niebla ctónica abriéndose paso a nuestra dimensión; el viento dispersaba las nebulosas de gas amarillentas y grisáceas y esparcía los olores. Pequeñas corrientes de magma desbordaban tranquila y poderosamente por las laderas de la formación volcánica tragando piedras, pedazos de roca en su movimiento fluyente y viscoso; reluciendo rojas, naranjas, salpicadas de gris, negro. Esto –pensé–, a fin de cuentas, es de lo que está hecho este planeta, lo que éste alguna vez fue antes de solidificarse, enfriarse, y convertirse en la terraformación que ahora rige, cada vez más marcado por el antropoceno,. Estoy observando el origen de la Tierra –pensé–, probablemente es muy parecido a la masa del sol, aún en pleno acontecer. Tomé unas fotos con el celular, grabé secuencias largas; pero de inmediato me di cuenta de que las imágenes digitalmente producidas no tenían la capacidad de reflejar o reproducir ni siquiera una fracción de lo que yo estaba viviendo a través de la percepción, a larga distancia, de la erupción del volcán, el magma, las nieblas de gas, la lava… el viento, el clima… en el paisaje… También, inevitablemente, sentí que el lenguaje que se activó de forma intensa, en mi cabeza, en todo mi cuerpo, para poder lograr producir alguna forma de orden simbólico en este encuentro con lo real telúrico, con este fragmento de un hiperobjeto, como tal vez hubiera dicho Timothy Morton…, o como una confrontación, a la distancia, con Una gran otredad, para soltar un término lacaniano tergiversado, una alteridad radical y original, que al mismo tiempo constituye las condiciones de la vida de uno, de toda vida… Mi idioma sueco no alcanzaba para nada, no estuvo ni cerca de poder relacionarse de manera útil con lo lingüístico, de acuerdo con su función dialéctica establecida; sí, las palabras, los conceptos, el lenguaje parecían un balbuceo ridículo, sonidos mudos y ahogados de una especie de insecto para las fuerzas fundamentales del planeta desconocida. Sí, quizás el lenguaje, con todos sus dialectos globales, en el fondo sea una impotente canción de cuna, que gracias a sus huéspedes resuena en la confrontación insuperable con el sistema terrestre que llamamos la Naturaleza, que a lo largo de una temporalidad inconcebiblemente larga ha creado esta ritmicidad lingüística, que es imposible ignorar para nosotros; ¿para qué soñamos con un orden simbólico y con nosotros mismos como agentes útiles en él? No lo sé. Nadie sabe. También este sueño de filósofo pacotilla del gran sueño fue disipado por el viento y la percepción de la actividad poderosa del volcán.
Entonces, ahí me encontraba yo. Sobre la lava, ante el magma incandescente. Noté que mi esfera idiosincrática de palabras de algún modo cambió, transmutó: en borradores poéticos, anotaciones momentáneas para posibles poemas futuros:
recuerdo una visita a Pompeya,
llena de turistas, entre ellos yo,
quienes, fascinados, con los ojos abiertos,
observaban todo lo sepultado con vida por la lava y la ceniza volcánica;
quería uno vivir su propio futuro, quizás
incluso el presente actual: estar
sepultado con vida
por el capitalismo semiótico
•
los cristales
post-magma
de celan
hechos de historia
e
inmanencia
material
•
en la película A Fire Within de Werner Herzog
se representa un montaje
de las películas de erupciones volcánicas
de los vulcanistas Katia y Maurice Krafft
de alrededor del mundo. son imágenes en movimiento
de impresionantes flujos de magma
a lo largo de las laderas de las montañas
y a través de los valles, como
enormes ríos nuevos
de materia telúrica incandescente. es
quizás las imágenes en movimiento
más hermosas, las más sublimes
que he visto en mi vida. en
varias secuencias fílmicas
se ve en la toma a uno de los esposos, en
lo que parece ser un lugar muy cerca
del magma que fluye incandescentemente,
vestido en un overol grueso especial,
con un casco grande hecho especialmente, visera transparente,
para no morir quemado, convertido en ceniza,
por las altas temperaturas. La silueta
parece una especie de astronauta extraño
o un extraterrestre desconocido
tropezando por el paisaje
de la materia de las materias. sí,
¿no es más o menos así como
la situación fundamental
del humano, especie narcisista y drogada,
debe representarse? como
un completo extraño
en el campo de fuerza incesantemente dialéctico del sistema terrestre,
equipado de manera grueso y torpe
y cubierto por
sus protestas y ortesis,
entre éstas, y en particular, el lenguaje,
que al mismo tiempo
nos separa de nuestras condiciones de dependencia radical
y
evoca a quienes
nos imaginamos que somos
•
el doom metal
que he escuchado larga y frecuentemente
como forma
de una meditación minimalista y magmática
que mejor que el lenguaje quizás
responda a una existencia materialista pre-arcaica
sin nosotros, antes
y después; a través de
nosotros
(aquí un ejemplo:)
Entonces. Los guías turísticos anunciaron que era hora de empezar el regreso a los vehículos. Otras tres, cuatro horas de caminata. Todos estábamos cansados, físicamente, corporalmente, pero también por las impresiones abrumadoras. Entre los turistas no se intercambiaban palabras.; como si… no sé… no fuera necesario. O no valiera la pena. Ni tuviera sentido. O porque sería una forma de traición a la experiencia.
Ya arriba del todoterreno, camino de regreso a Reikiavik, los turistas miraron sus celulares, los videos y las fotos que habían tomado del volcán, del magma, de las nubes de humo, del paisaje de lava; dándose cuenta, quizás, de que era ante todo la percepción de la tecnología de la cámara del celular que se veía representada en la pequeña pantalla, más que su propia experiencia conmovedora. En lugar de ésta, la cual quedó como algo difícil de olvidar, pero al mismo tiempo muy difícil de captar, igual que literatura realmente relevante:
Yo mismo, Johan Jönson, J+O+H+A+N J+Ö+N+S+O+N –quién chingados, qué cosa o qué tipo de huésped es el que está en este texto– todo el tiempo estaba sentado en el escritorio, como un fantasma oscilando entre aquí y allá, la designación y la existencia, imaginándome un sujeto narrativo sentado en un todoterreno camino de regreso a Reikiavik despúes de un tour turístico a la erupción de un volcán, algo que en mí vida biográfica jamás he hecho. Sentado junto a la ventana del auto mirando el paisaje islandés, quizás durante un crepúsculo incipiente. Pensando, reflexionando, disfrutando. Quizás mi ficción regular sobre un tour turístico a una erupción volcánica muestre una afinidad con la dificultad de ponerle palabras a un acontecimiento geológico tan revolucionario como un volcán en erupción, su magma, sus gases, su humo, sus movimientos, su lava… de un submundo donde nadie ha estado, a pesar de que vivimos en la delgada superficie de tierra encima de éste; el orden simbólico, una especie de ficción, la archi-ficción, un velo del orden, se arranca y aparece como ficción contingente y domestificación cognitiva –de uno mismo, quien ejerce el lenguaje– en esta dialéctica con la realidad materialista.
Sí. La especie lingüística dominante de este planeta, nosotros, quienes estamos convencidos de que somos humanos con agente, y no huéspedes de un sinfín de fuerzas exteriores, quizás seamos condenados a esta forma vital; mientras dure la rara excepción de la eterna regla de la muerte y del sueño.
O como dice este poema sencillo:
Primero
hubo silencio.
Mucho, mucho tiempo.
Luego
se volvió un maldito cacareo
ruidoso. No
duró casi nada.
Entonces
volvió a haber silencio.
Silencio total.
Para siempre.
Este poema, claro está, no puede ser el resultado de una experiencia vivida –uno no puede hablar, por lo menos no empíricamente, sobre la nada que estuvo antes y que viene después de la trayectoria vital, breve y aburrida, de uno mismo. El lenguaje, no obstante, puede ocupar esa posición imposible. Como si esta prótesis originaria, como decía Derrida, fuera una forma de magma inmaterial que fluye a través de todo lo vivo y lo muerto, a través de cada uno y de las máquinas, los libros y los imperios, los poemas y la circulación capital; y que en su expansión duplica todo hasta que se vuelve una esfera oscilante de la existencia fantasmagórica. Para solidificarse, aquí y allá, como la lava, en VERDADES, NARRACIONES, TROPOS, COSMOLOGÍAS.
Sí. Estar en esta corriente de magma incesante. ¿Pero en condición de qué? ¿Cómo? ¿Con qué formas de lenguaje? ¿Cómo?